miércoles, 3 de febrero de 2010
Franz Liszt
La presencia de los judíos en medio de las naciones europeas es para éstas causa de muchos males y serios peligros.
El judío continuó monopolizando el dinero; ha conseguido soltar y apretar la garganta a un país en la hora de peligro, según suelte o apriete los cordeles de su bolsa, haciendo de ésta una caja de Pandora. Las pequeñas industrias y los pequeños negocios comerciales que ejercía anteriormente, los desdeña ahora, pues los ha sustituido por la gran industria de los bancos, por el gran comercio de la Finanza, dónde, con una rapidez vertiginosa se ha convertido en el Rey-autócrata, en el señor absoluto. Se ha revestido plenamente con todas las libertades modernas, para atacar a todas las verdades cristianas; se ha apoderado de toda la actividad de la prensa, para poder sacudir mejor todos los fundamentos de la sociedad. Así como odia al Dios del Gólgota, así odia todo aquellos en donde reside la fuerza, la nobleza, la belleza de las sociedades religiosas que le adoran. Es el enemigo nato de todo aquello que constituye su estabilidad, su bienestar, su esplendor y su fama. Con el pretexto de encontrarse con cristianos en todas las sociedades secretas, pertenece desde un principio a todas las bandas que trabajan por minar el orden establecido, bajo cualquier régimen, bajo cualquier pretexto, con tal de que ayuden a derribar lo existente, ante todo el trono, después el altar: o aún mejor, primero la ley religiosa, después la ley estatal. Le agrada ver devorado por el remolino de lo inseguro, por el abismo de la revolución todo lo que es bueno y hermoso para la civilización cristiana. ¡Ellos, los judíos, no tienen nada que perder, aunque se les robasen algunos millones o se les incendiasen algunos palacios! Reirían a la vista de las llamas que, destruyendo la Rue Lafitte, destruirían Paris. ¡El petróleo sería como perfume para los nervios de su rostro, la dinamita un cosquilleo como deliciosa música para sus oídos! ¿Quién podría robarles su Thora y su Talmud? ¿No están acostumbrados a estar privados de todo para volver a conquistar todo de nuevo —riqueza y poder—?
También se encuentran tras todas las conmociones sociales, como están en el fondo de todas las epidemias morales. Así conspiran sencillamente contra los más fuertes, mientras se convierten al mismo tiempo en los servidores de su alegría, los proveedores de sus vicios y los creadores de su ruina. Allí son liberales, aquí republicanos, en otra parte radicales, socialistas, comunistas. No es que intervengan personalmente en la lucha, pero suministran fondos. Facilitan el nervio bélico y vierten, en forma de tinta, aceite en el fuego. Venden bajo mano y pagan las palancas, los modernos proyectiles, que destruyen todas las firmezas de la fe y de la moral evangélica. Saben bien que ninguna sociedad puede resistir el más potente medio de disolución de una inmoralidad suministrada en grandes dosis, la funesta enervación de una completa desmoralización intelectual.
Ya que responde a la naturaleza de las cosas, el causar daño a los países que les dan refugio, responde a la necesidad del destino que, para librarse de este daño, piensen los cristianos en darles una patria.., ya que es antinatural que un pueblo que vive a costa de otro, como un parásito, en lo profundo de sus entrañas, abandone por sí mismo este estado, exige el destino que sean los cristianos los que extraigan de su seno, que destruye, a esta raza extraña, para llevarla de nuevo a su patria, a su propia tierra —con sus manos quizás otra vez manchadas de sangre— ¡Dios no lo quiera!.
Fuente: Col. E. N. Sanctuary's Are These Things So?, pagina 278
Ferenc Liszt
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