viernes, 22 de abril de 2011

Giovanni Papini




En este punto se intercala en el relato de la Pasión, una antigua leyenda. Es una leyenda florecida en la imaginación de los cristianos más de mil años después de la muerte de Cristo; pero contiene un símbolo tan profundo, que la humanidad no la ha podido olvidar y más de un poeta la ha hecho suya para resucitarla.

Entre los Judíos que insultaban a Jesús cuando cayó, había uno más despiadado y ladrado que todos. Cuando los soldados hubieron, al fin, levantado al inmortal moribundo, le dio un manotazo en un hombro, gritándole:

—¡Arriba, arriba, y anda de prisa!

El golpeado, según el Judío habría referido más tarde, se volvió, y, mirándole fijamente, respondió:

— Y tú andarás hasta que yo vuelva.

Y aquel hombre, dejando en el suelo a un hijo suyo que llevaba en brazos, se alejó, y desde entonces anda los caminos de la tierra, sin parar más de tres días en un mismo lugar, sin cansarse, sin poder morir. Uno de los muchos que dicen haberle conocido, refiere que es de "estatura mediana, color moreno, delgado, ojos hundidos y barbilla con pocos pelos”; conoce todas las lenguas, pero no habla sino a los cristianos. Afirma que volvió a Jerusalén para verla destruida; anda descalzo, no tiene bolsa, no se sabe de dónde le vienen los dineros ni nunca le sobran. Si le dan más de lo que necesita, él se los da de limosna a los pobres. Su nombre más conocido, y tiene muchos, es Ahasverus, el hombre que ha rechazado a Dios.

La leyenda no está corroborada por ningún texto de los primeros tiempos cristianos. Pero es verdadera con una verdad más tremenda que histórica.

Que en aquellos días innumerables Judíos escarnecieron el agotamiento y la desventura de Jesús, es certísimo, e igualmente cierto que Alguien vaga errante aún por todos los países, esperando el retorno de aquel a quien apartó de su cuerpo como un miembro podrido. Ese Alguien es el pueblo judío que, pocos años después de la crucifixión de aquél a quien había rechazado, hubo de dispersarse, como rebaño acosado por el fuego, por todas las tierras conocidas, y aún sigue fugitivo y errabundo, en todas partes extranjero y sospechoso, sin sede estable, sin reino que pueda decir suyo, desanidado de la antigua patria que costó tanta sangre a sus padres. A ese Alguien, que quitó la vida al Salvador, le ha sido concedida una inmortalidad material, carnal, visible, en la persona de los hijos sobre los que ha de caer por voluntad de sus padres la sangre de Cristo. Porque ese espectador viviente de la Pasión, que lleva allí donde emigra los textos de los Profetas desatendidos y de la Ley traicionada, debe quedar como testigo de los anuncios, que precedieron al primer advenimiento y debe esperar el segundo, hasta que se convierta al Hijo nacido de una virgen de su sangre.

El Judío Errante no es, pues, como piensan muchos, imagen de una humanidad empujada a andar por la tierra el perenne camino de los siglos y marcada en la frente con una señal roja e imborrable, como Caín, por haber matado a su hermano. El Judío Errante es verdaderamente el Judío, distinto y separado del resto de los hombres; pero no es una sola persona, sino un pueblo entero. Su perenne longevidad es la longevidad, verdaderamente extraordinaria, de esta nación, que todos los pueblos, durante siglos y siglos han diezmado y asesinado, a la que le ha sido arrebatada y quemada la casa, que fue perseguida y vejada en todos aquellos lugares donde ha buscado refugio, y, sin embargo, vive todavía, con su lengua y su ley, separada de los demás, sobreviviendo a todas las estirpes coetáneas suyas por caso único en la historia.

Pero esa raza no se ha convertido aún ni tiene la misma repugnancia a llevar dinero encima que el Judío de la leyenda. Antes bien, ha encontrado una patria nueva en el Oro, y por medio del oro amontonado en sus cajas domina a muchos que dicen creer en el menospreciador del dinero, y ella los ha corrompido a su imagen y semejanza.

Pero los Judíos pobres, los Judíos descalzos, los Judíos hambrientos, los Judíos piojosos que todos los años salen de sus hediondos ghettos de Eslavia para pedir al otro lado del mar un pan más blanco y más seguro, sin la obsesión de la matanza repentina, son figura viviente del verdadero Ahasverus que no ha visto aún volver al Crucificado.

Un oráculo inefablemente misterioso afirma que la segunda venida de Jesús a la tierra no se verificará hasta que no sea cristiano su pueblo. Y el Judío seguirá recorriendo, provisto de muchos bolsillos, los caminos del mundo, para acaparar los dineros producidos por los treinta siclos de Judas, hasta el día en que obedezca a la invitación milenaria de Cristo.

Y entonces, dejando de rastrillar el oro que cae del orificio excremental de Satanás, compartirá con los pobres sus bienes para seguir al divino Pobre a quien no quiso conceder, hace diecinueve siglos, ni siquiera la caridad de un instante de reposo.


Fuente: Historia de Cristo



Giovanni Papini


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3 comentarios:

  1. Estaba pensando que todas estas citas no pueden perderse. Raro es el día en que yo mismo no dejo 1 o 2 citas en los comentarios. ¿Nunca has pensado en guardarlas todas (fuentes incluidas) en un .pdf? Podrías hacerlo y colgar el enlace. Varias copias de seguridad mejor que sólo una.

    Saludos.

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  2. Si buena idea, tengo varias guardadas en varios formatos txt, word. Tendre que ponerme y hacer una lista definitiva.

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  3. Poco a poco.

    Vídeo con citas:

    http://www.youtube.com/watch?v=Ikoreg3XlCY

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