miércoles, 2 de febrero de 2011

Blaise Pascal




Para creer en el Mesías, era necesario que existiesen profecías anteriores y que fuesen expuestas por gente no sospechosa, de diligencia y fidelidad, y de un fervor extraordinario y conocidos en toda la tierra. Para que todo esto diera buen resultado, Dios escogió a este pueblo carnal, al que dejó en depósito las profecías que anunciaban al Mesías como liberador y dispensador de los bienes camales que este pueblo amaba, y así dio un ardor extraordinario a sus profetas y llevó a conocimiento de todo el mundo estos libros que anunciaban a su Mesías, asegurando a todas las naciones que debía llegar en la manera en que sus libros lo predecían y que estaban abiertos a todo el mundo. Por eso, este pueblo, decepcionado por el ignominioso y pobre advenimiento del Mesías, fue su más cruel enemigo. De suerte que he aquí al pueblo del mundo menos capaz de favorecernos.

¿Qué podían hacer los judíos, sus enemigos? Si lo reciben, lo prueban con su recepción; si lo renuncian, con su renunciación. Es por esto que las profecías poseen un sentido oculto: el espiritual, del que este pueblo se sentía enemigo, bajo el carnal del que se sentía amigo. Si se hubiese descubierto el sentido espiritual, no habrían sido capaces de amarle.

Los judíos camales ocupan el punto medio entre los cristianos y los paganos. Los paganos no reconocen a ningún Dios y no aman más que a la tierra. Los cristianos reconocen al verdadero Dios y no aman en absoluto a la tierra. Los judíos reconocen al verdadero Dios y no aman más que a la tierra.


Fuente: Pensamientos, Art. XV



Blaise Pascal


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