martes, 30 de marzo de 2010

Mark Twain




En los Estados algodoneros de los EE.UU, después de la guerra, el judío bajo con fuerza, monto tiendas en las plantaciones y proveyó todas las peticiones de los negros a crédito, y al final de la temporada, era ya propietario de todo el porcentaje de la cosecha que le correspondía a los negros y de parte del porcentaje de la de la temporada siguiente. Pasado no mucho tiempo, los blancos detestaban al judio.

La judío se les expulsa de Rusia. La causa no se nos oculta. Este movimiento se instituyó porque el campesino cristiano no tenía nada que hacer frente a sus habilidades comerciales. El judío estaba siempre dispuestos a ofrecer préstamos por una cosecha; al año siguiente ya era dueño de la granja, como José.
En la Inglaterra de tiempos de Juan, todo el mundo se hallaba en deuda con el judío. Reunía en sus manos todas las empresas lucrativas. Era el Rey del Comercio. Tuvo que ser desterrado del reino. Por idénticas razones España tuvo que expulsarlo hace ya 400 años y Austria un par de siglos más tarde.

En todas las épocas la Europa cristiana se ha visto obligada a restringir sus actividades. Si se metía en un negocio, el cristiano tenía que retirarse del mismo. Si se colocaba de doctor, se hacía con todo el negocio. Si se dedicaba a explotar la agricultura, los otros granjeros tenían que dedicarse a otra cosa. La ley tuvo que intervenir para librar al cristiano de la casa de caridad. Aún con todo, casi sin empleo, encontró el modo de hacer dinero, Incluso de hacerse rico. Esta historia tiene un aspecto comercial de lo más sórdido y práctico. Los prejuicios religiosos pueden justificar una parte, pero no las otras nueve.


Fuente: "Referente a los judíos" ("Concerning the Jews,"), Harper’s Magazine, Septiembre 1899



Samuel Langhorne Clemens


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